viernes, 12 de junio de 2009



No se demoró Rodríguez Zapatero, una vez ganadas las elecciones, en proclamar que su política había de ser distinta de la del anterior presidente de Gobierno. Habló mucho de nuevo talante, de consultar al pueblo y de ser humilde. Es decir, que había de ser lo contrario de Aznar. Si éste era seco y estirado, él sería cordial y próximo; si Aznar no sonreía casi nunca, el sonreiría constantemente; así como a la prepotencia opondría la modestia, y a la arrogancia, la humildad.
Parecería una decisión primaria y burda si no fuese porque obedecía a razones más hondas que la de llevar la contraria al anterior Gobierno.
No fue humilde Zapatero cuando impulsó rápidas medidas en detrimento de la enseñanza de la Religión, a favor del aborto libre, en pro de los matrimonios de homosexuales, de la manipulación de embriones, etc, En estas delicadas cuestiones fue valiente y audaz, mayormente porque preveía escasa resistencia. Y acabar con los restos de la moralidad tradicional estaba en sus proyectos.
También demostró determinación al decidir la paralización de la LOCE. Y al decidir cambiar los Estatutos de Autonomía, etc. Pero en política internacional se manifestó humilde entre los humildes. La precipitada salida de Irak de los soldados españoles más ha parecido una huída que otra cosa. Así se ha considerado entre nuestros aliados, aunque no lo hayan manifestado de manera muy expresa. Al debilitar nuestra alianza con Estados Unidos a favor del ejefranco−alemán, España pierde peso y prestigio internacionales. Perdemos peso ante Marruecos, pues no hemos de esperar que Estados Unidos venga ahora en nuestra ayuda si se produce otra crisis como la de Perejil. Perdemos peso ante Francia y Alemania, que han acogido este cambio de rumbo con gran alborozo.
Ahora nos encontramos en la situación de inquietarnos sobre lo que Francia y Marruecos hayan de decidir en el futuro. Pero, según Rodríguez «debemos estar con los que nos enseñaron a ser demócratas». Es lo que dijo durante la campaña electoral, y no he oído a ningún político hablar de forma más humilde. Es decir, según él, Alemania, con su horrorosa historia, nos ha enseñado a ser demócratas. Es probable que para él Hitler sea mejor que Franco. No puede haber mayor humildad.
Con rapidez también se ha declarado muy dispuesto a la firma de la Constitución Europea, lo que hace temer que perderemos poder respecto del que teníamos de acuerdo con el Tratado de Niza.
Ha causado extrañeza a todo el mundo la forma inesperada con que ha renunciado, en favor de Roma, a que Madrid sea la capital donde se celebre la citada firma. Nuevamente, modestia y humildad incomprensibles. En primer lugar, para los mismos italianos, que han acogido con frialdad y displicencia el sorprendente regalo. Hay una circunstancia que liga esta política determinada y firme en lo interior con esta otra, humilde y medrosa, en lo exterior. Y es que las dos sirven para que España salga perjudicada. Y creo que aquí radica el quid de la cuestión.
Hay que tener en cuenta que esta izquierda de que disfrutamos ha permanecido mucho tiempo sin decidirse a pronunciar el nombre de su nación, situación verdaderamente anómala en el concierto de las naciones. Y si cambiaron las cosas fue porque vieron que al Partido Popular le iba muy bien con el monopolio del patriotismo. Pero lo cierto es que a los izquierdistas españoles les resulta todavía difícil de digerir el concepto de España. A muchos de ellos, quiero decir, pues hay diversidad de sentires en las izquierdas sobre esta materia.
La política exterior de Aznar era audaz, tendente a aumentar el peso internacional de España, y había elegido el camino correcto, que era el de mantener relaciones estrechas con Estados Unidos. Esto le confería fuerza ante Europa y Marruecos, como se vio en el conflicto de Perejil y en el tratado de Niza.
Pero a los izquierdistas de que hablo, y entre los cuales bajo todas las apariencias está Rodríguez Zapatero, no les gusta nada la promoción de España. Prefieren un lugar oscuro, modesto, en la Historia, bajo la sombra de Francia y Alemania. Piensan que esto es lo correcto, pues las glorias del pasado de España les horrorizan, y piensan que debe ser rechazado todo aquello que las pueda evocar siquiera muy pálidamente. A esto se debe que estén animados a la construcción de una Europa federal en que desaparezcan los Estados−Nación.
Aunque no quieran reconocerlo taxativamente, no les desagrada la idea de la disolución de España en el futuro.
La política humilde de Rodríguez, en mi opinión, no obedece sin más a una táctica superficial de ir a la contra de Aznar, sino que surge de motivos más profundos. Es el resultado de la mezcla del progresismo sesentayochista más extremado y dogmático con la tradicional tendencia disolutoria de la izquierda española.

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